Territorio nurágico: pensamientos circulares desde Cerdeña

A M. Ruiz-Gálvez que me llevó con sus pasiones mediterráneas al pensamiento nurágico

Cerdeña es una isla en gran parte aún ajena a los profanos. Pueden sonarnos más o menos sus bellas playas con el mar de color verde esmeralda de algún catálogo de viajes, su buena comida que enriquece al bien agradecido menú italiano, pero más allá, su historia, sus costumbres, nos son oscuras. Si algo ha marcado de forma original la cultura autóctona sarda, eso ha sido el fenómeno de la Prehistoria Reciente que denominamos nurágico, entre el Bronce Medio y la Edad del Hierro. Existen análogas turris en Córcega, otros monumentos similares como las navetas y los talayots baleáricos, pero ninguno alcanzó la entidad de los nuraghi sardos, ni cuantitativa ni cualitativamente.

Estos monumentos de grandes piedras estuvieron siempre ahí. Fueron lugares de encuentro con los héroes ancestrales y los romanos durmieron entre sus ruinas para encontrarse a través del trance con los poderes que emanaban de las “cabañas del sueño”. Y desde entonces se cuajaron de janas, de giganti, de tesori y se hicieron landmarks, hitos en el paisaje, de cada territorio. Fueron aprehendidos generación tras generación de sardos de la Barbàgia, la Marmilla, el Logudoro, las Marghine, desde la Nùrra al norte al Iglesiente al sur. No hay casi rincón en la isla que no tenga ruinas de un nuraghe. Hay más de 8.000, simples o monotorres, complejos hasta hacerse con varios recintos de torres lobuladas, siguiendo patrones que aún nos empeñamos en descifrar. Y a pesar de formar parte de la idiosincrasia sarda a la par del rico maialetto, no entraría a formar parte del campo de estudio humanista científico hasta que la curiosidad ilustrada lo “descubriera”. Así, serán extranjeros como el jesuita Cetti, el francés Valéry o piamonteses pro- saboyanos como el general La Mármora, los primeros en publicar sus voyages e itinéraires con mostrado interés naturalista y anticuario. Posteriormente llegarían próceres de la arqueología sarda como el superintendente Antonio Taramelli que empezará a situar a los nuraghi  como productos de un tiempo específicos separando lo pre-nurágico de aquello propiamente nurágico. Pero para hablar de una Civiltà nurágica  habrá que esperar al Sardus pater, el Prof. Giovanni Lilliu, cuyo esfuerzo desde los años 40 del siglo pasado y hasta su fallecimiento en 2012 ha ido encaminado en profundizar en aquellos sardos que crearon los nuraghi. A su infatigable labor le debemos la declaración como Patrimonio de la Humanidad del yacimiento de Su Nuraxi de Barumini, el complejo nurágico del pueblo natal del Prof.

La mole del complejo nurágico de Sa Nuraxi en Barumini antes de excavarse a finales de los años 40
http://www.fondazionebarumini.it/it/mostre/mostra-fotografica-degli-scavi-a-su-nuraxi/

Se puede hacer una primera definición de los nuraghi como construcciones de grandes piedras que conforman torres con recintos que giran en torno a patios de diversa índole. A ojos de alguien no versado en el tema, pudieran parecer auténticos castillos prehistóricos con torreones, almenas, garitas de guardia, salones y patios de armas. Si se ahonda como divertimento en este paralelo anacrónico podremos imaginarnos una Prehistoria sarda en guerra perpetua, asediándose unos “reyes”, “príncipes”, “jefes” nurágicos de uno a otro nuraghe, como expresión máxima de su “bastión” o “plaza fuerte”. Las dependencias jerárquicas que existirían entre aquellos nuraghi que son realmente complejos respecto a los más simples monotorres, pasando por una larga tipología explicada habitualmente de forma evolutiva, serían sin duda contempladas como reflejos del poder del “Señor del nuraghe”.

En ese esfuerzo por imaginarse esa “Tierra Media” prehistórica de conflictos entre linajes guerreros nos ayudaría sin duda contemplar algunas piezas de gran valor artístico. Me refiero a los llamados bronzetti, bronces nurágicos, que representan individuos ataviados de distinta forma, pero entre los que abundan los guerreros, especialmente arqueros, púgiles, o aquellos armados – los mismos que vemos en las grandes esculturas en piedra de Monte Prama- y además los conocidos como “jefes de la tribu” con sus puñales con empuñadura gamada o espadas Monte Sa Idda, que encajarían con esos supuestos “capos” que dirigirían unos y otros ejércitos sedientos de ocupar nuevas plazas fortificadas y hacerse con el ansiado control de la isla. Tal vez, incluso, podríamos ir más allá, añadiendo a este popurrí la correspondencia entre los sardos nurágicos y los Shardana de los Pueblos del Mar del fin de la Edad del Bronce…o ¿tal vez, no?

Nuraghe Arrubiu en Orroli

Ya con La Mármora había habido uno de los primeros recuentos de nuraghi en la isla que iría aumentando en sus investigaciones pasando de más de 2.000 a 3.122 y llegando a los 4.974. Pero posteriormente este número no ha hecho sino acrecentarse con el trabajo de Taramelli, Levi, Lilliu, Contu, Moravetti, Lo Schiavo, Ugas, entre otros, hasta casi doblarse y llegar, como decíamos, a los más de 8.000 nuraghi censados, sin contar con todos aquellos que se han podido perder a lo largo del tiempo al ser desmontados, sobre todo los más simples monotorres, entre otros problemas de conservación. Lilliu estableció unas fases evolutivas haciendo devenir los modelos más complejos de aquellos más simples, pero sucesivos análisis demostraron la sincronía entre algunos de los distintos tipos. Y aunque no podamos pensar en 8.000 nuraghi en funcionamiento, la densidad suponemos seguiría siendo muy grande para imaginarse un estado de guerra casi permanente entre tantas plazas fuertes. A su vez se le une que precisamente la intervisibilidad y la visibilización entre algunos de ellos, por ejemplo, los más complejos, impediría una defensibilidad efectiva a nuestros ojos.

Pero nuestros ojos no son los de los nurágicos. No debemos extrapolar modelos preconcebidos a un mundo extinto y aún por desentrañar. El nuraghe  debe contextualizarse primero en su tiempo y entender cómo evoluciona desde la Edad del Bronce hasta convertirse en una reliquia de piedra, reflejada en modelos a escala que se colocaban en las capanne di reunione, para las comunidades orientalizantes de la Edad del Hierro a las que pertenecen las esculturas de Monte Prama y los bronzetti. Un giro de tuerca en el mundo nurágico que no nos debe pasar desapercibido. Pero es que todo lo nurágico obliga a replantearnos formas sociales, políticas y simbólicas ajenas. Los nuraghi no fueron castillos, como lo entendemos nosotros, y muy probablemente tampoco “Señores de la Guerra” sus líderes. Debemos dejarnos llevar por un pensamiento circular, de interpretaciones más heterárquicas, menos militarizadas, en donde la clave esté en la conformación de territorios a través de la monumentalización pétrea de hitos cambiantes a lo largo de la historia. Dejar los caminos fáciles para interpretar el pasado, aquellos que nos son más familiares y nos evocan paisajes conocidos. Abandonar la línea recta, las aristas del pensamiento clásico. El mundo nurágico nos reta a entender un paisaje anti-clásico, en donde como decía el Prof. Lilliu, tutto è circolare, come la torre del nuraghe, la capanna, il recinto degli animali, su pinnetu, tundu anche il ballo, tundu puru su pensamentu.

Giovanni Lilliu en 2015, paseando por el complejo de Sa Nuraxi en Barumini. https://www.unionesarda.it/articolo/cultura/2015/07/22/barumini_si_ritorna_a_scavare_nella_zona_di_su
_nuraxi-8-426725.html

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