Sufrió sólo dos derrotas graves e ignominiosas, y las dos en Germania, la de Lolio y la de Varo, pero mientras que la primera supuso más deshonra que pérdidas, la segunda pudo haber sido fatal, pues en ella fueron masacradas tres legiones junto con su general, sus lugartenientes y todas las tropas auxiliares. Cuando recibió la noticia de esta derrota, Augusto fijó guardias por toda la ciudad, para prevenir cualquier tumulto, y prolongó su mandato a los gobernadores de las provincias para que pudieran contener a los aliados al ser personas expertas en el trato con ellos. Hizo también voto a Júpiter Óptimo Máximo de unos grandes juegos si la situación política cambiaba para mejor, como se había hecho en la guerra de los cimbros y en la de los marsos. Cuentan, por último, que quedó tan consternado que durante varios meses se dejó crecer la barba y los cabellos; que se golpeaba a veces la cabeza contra las puertas gritando: “¡Quintilio Varo, devuélveme las legiones!”, y que consideró cada año el día de la derrota como día de dolor y de luto.
Suetonio, Vida de los doce césares, Octavio Augusto, XXIII
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